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Héroes Nacionales de Nicaragua

DR. PEDRO JOAQUÍN CHAMORRO CARDENAL
 

No puede reducirse Pedro Joaquín Chamorro Cardenal a la dimensión de periodista. Porque él, ante todo, fue heredero y epígono de una familia prócer y patricia, enquistada en las raíces de la República y que produjo cuatro presidentes electos: Fruto (1853-1855), Pedro Joaquín (1875-1879), Emiliano (1917—1920) y Diego Manuel (1921-1923), además de dos encargados interinos del Poder Ejecutivo: Fernando (1860) y Rosendo (1923). Sin embargo, nunca fue integralmente conservador, mucho menos oligarca, como señalaron sus detractores.

Nacido en Granada el 23 de septiembre de 1924, estudió la primaria en el Instituto Pedagógico de Managua y la secundaria en el Colegio Centroamérica de Granada. Bachiller en 1943, ingresó a la Universidad Central para estudiar Derecho, destacándose como dirigente estudiantil. Trasladado a México, prosigue sus estudios hasta licenciarse en Derecho de la UNAM, obteniendo después el título de Doctor en Managua. Co-director del diario La Prensa de 1948 a 1950, ese año asumió la dirección. En 1954 fue juzgado por la llamada «rebelión de Abril», sufriendo dos años de prisión. En septiembre de 1956 fue arrestado de nuevo y juzgado con motivo de la ejecución del general Anastasio Somoza García. Después de seis meses de cárcel, es confinado al Puerto de San Carlos en donde se fuga a Costa Rica acompañado de su esposa Violeta. En 1952 trabaja en el diario Prensa Libre de San José, Costa Rica.

A principios de 1959 participa en la expedición de Olama y Mollejones, pero es capturado en junio del mismo año, procesado y condenado a 9 años de prisión. Un año después sale de la cárcel a causa de una amnistía general. De 1966 a 1967 coordina la campaña cívica de la Unión Nacional Opositora (UNO) y funda el grupo CIVES de resistencia pacífica. El 23 de enero de 1967 es arrestado y 45 días después puesto en libertad, ya pasada las elecciones que llevaron a la presidencia al general Anastasio Somoza Debayle.

 En 1974 es electo Presidente de la Unión Democrática de Liberación (UD EL), movimiento pluralista. En 1975, aprovechando el espacio que le da la censura oficial sobre La Prensa, se dedica a la narración, escribiendo y publicando la novela corta Jesús Marchena, en 1976   Ritcher 7 y en 1977 El enigma de las alemanas, libro de cuentos. En noviembre del último año recibe en los Estados Unidos el premio de Periodismo «María Moors Cabot», otorgado por la Universidad de Columbia y el l0 de enero de 1978 es asesinado.

Al margen de su valor histórico y político, el director-mártir de La Prensa contribuyó al desarrollo de la narrativa nicaragüense. En Jesús Marchena perfila un personaje popular, en torno del cual convergen historias de ricas connotaciones orales; en Ritcher 7 sondea la frustración nacional como horrible pesadilla, al mismo tiempo real e irreal, en el contexto del terremoto de 1972, logrando una radiografía de la capital; y en El enigma de las alemanas y otros cuentos (1977) demuestra su habilidad al asimilar el impacto de la lectura de Gabriel García Márquez.

Pero más de letras e ideas, Chamorro Cardenal era un hombre de principios y pasiones. Un líder sin carisma, pero que daba la cara en permanente e indoblegable actitud contestaría, acrecentada con el temple y el valor personal que poseía en grado sumo. Y esa actitud o acción política, una de las más intensas que haya vivido un dirigente de nuestro tiempo, la desarrolló entre dos organizaciones, a cuya fundación contribuiría más que nadie: UNAP (Unión Nacional de Acción Popular) en 1949 y UDEL (Unión Democrática de Liberación) en diciembre de 1974; movimientos que, concebidos como alternativas coyunturales, fracasaron. Si el primero no fue sino un juvenil intento de tendencia social demócrata, surgido durante la dictadura de Somoza I, el segundo articuló un bloque opositor dinámico que aprovechaba las experiencias de la UNO (Unión Nacional Opositora) de 1967.

En consecuencia, todo el protagonismo histórico de Pedro Joaquín, incluyendo desde luego su extraordinaria vitalidad testimonial, funcionó en el contexto de la «Somozagua» moderna, o más bien, del «somozato»: dinástico a partir de 1956, fortalecido con el desarrollismo de los años 60, obsoleto y descaradamente corrupto en los 70. De ahí que se considerase abanderado de la oposición real a ese sistema y combatiese la formal, «zancuda» o colaboracionista; un impugnador de la institucionalización de la mentira y del «monocultivo» político desde su trinchera diaria: la página editorial de La Prensa.

En esta página plasmó su ideología, vinculada a dos figuras cardinales de la segunda mitad del siglo XX: John Kennedy y Juan XXIII. Porque Pedro Joaquín era reformista tanto como ellos. En ese sentido, no creía en una insurrección sangrienta, sino en una revolución democrática de signo cristiano. Tampoco en el socialismo marxista, que según él repartiría la miseria en Nicaragua, sino en una movilización cívica en la que participasen todos los sectores de la nación.

Pedro Joaquín planteaba la búsqueda de reformas -tanto en lo político como en lo socioeconómico- para lograr un desarrollo «con mayor contenido de justicia e igualdad». No veía en la sociedad, pues, un exclusivo instrumento de producción material. Por eso atacaría la tecnocracia del grupo «minifalda» que rodeaba a Somoza III en su primera administración, ampliando esta sentencia de Pablo Antonio Cuadra: «no creas en la alianza del dinero con la ametralladora, porque heredarás a tus hijos, no el dinero, sino la ametralladora». Lo que deseaba era una restauración de la vida institucional y la práctica concreta de los principios constitucionales, de los derechos civiles y sociales, la proyección pública de las empresas privadas, la consolidación de una clase media fuerte y orgullosa; en fin, una necesidad aún vigente: la «Revolución de la Honradez».

Acérrimo defensor de los derechos humanos -sobre todo de los más pobres- y de la libertad de prensa, denunciaba la corrupción administrativa en todas sus manifestaciones y el enriquecimiento ilícito. Promovía la memoria del «general de hombres libres», pero también exaltaba la de «los hombres humildes»: Emiliano, olvidándose de su «lomazo» de 1925. Optaba por el Voto y no por la Bota, aunque ésta se la calzó, por cierta emergencia desesperada, en 1959. Mas no cuestionó el ejército de entonces, sino su origen interventor y su carácter pretoriano y partidario, aparte de condenar sus abusos delictivos e insistir en su «nacionalización».

Propugnador de la República pluralista al final de sus días, la coyuntura lo condujo a tomar en serio una alianza con una fracción del FSLN, de la que era su prominente expresión pública el «Grupo de los Doce», auto llamándose «probable número trece». Pero su destino como mayor representante civil de la lucha anti-somocista ya estaba trazado, culminando con su asesinato. Mejor dicho: con su martirio que constituiría el detonante de la caída del «régimen nefasto y vergonzoso» que repudió casi toda su vida. 



El asesinato de Pedro Joaquín Chamorro y la Revolución Sandinista

Jueves, 05 de Enero 2012 | Carlos Escorcia Polanco

Por esa época el Frente Sandinista estaba organizando al grupo de los doce. Chamorro se consideraba el número trece del grupo que orientado por la dirigencia Sandinista, daría la batalla política y diplomática para dar al traste con la dictadura militar somocista. Somoza le temía a su demoledora pluma y decía que Chamorro le ayudaba a gobernar con sus constantes denuncias y críticas.

Somoza era un tirano sanguinario y asesino, culpable de “Crímenes de Guerra y Crímenes de Lesa Humanidad” formulados nada menos que por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. La mediocre e inepta oposición antisandinista actual solo sueña con algún día lograr igual “hazaña” contra Daniel Ortega y equiparar al actual presidente con el abominable verdugo de los nicaragüenses.

El asesinato del doctor Chamorro la mañana del 10 de Enero de 1978, estremeció hasta lo mas profundo las fibras de la sociedad nicaragüense. Fue una sacudida brutal que sacó de su letargo a miles de ciudadanos que hasta ese momento solo miraban los toros de largo, mientras la autodenominada “invicta” guardia somocista masacraba a los mejores cuadros del Frente Sandinista.

El que más tenía que perder con la muerte de Chamorro, irónicamente era Somoza. Chamorro le era políticamente mas útil vivo que muerto, por mucho que el dictador odiara los mortales dardos salidos de la elegante pluma de Pedro Joaquín. Era una política editorial brillante, que nada tiene que ver con la pobreza ideológica que hoy muestran las elucubraciones politiqueras de su antigua república de papel.

Somoza fue supuestamente el primer sorprendido y a quien más le interesaba aclarar el crimen, ya que el país entero lo señalaba como el gran culpable. Somoza era un asesino “por definición” pero no era tonto. En un tiempo corto, el dictador había logrado desenmarañar la madeja del magnicidio. El dictador presentó ante la prensa nacional e internacional los resultados de sus pesquizas.

Entre los autores intelectuales se sindicaba al cubanobatistiano anticastrista, Pedro Ramos, dueño de un vampirezco negocio de sangre conocido como Plasmaféresis y a Fausto Zelaya, ministro de Somoza. El dictador pasó por alto el involucramiento de su hijo Anastasio, apodado por el pueblo con el remoquete de “el chigüin” y el de Cornelio Hüeck, presidente del congreso nacional.

El sicario principal era Silvio Peña Rivas, quien con Harold Cedeño contrataron a un campesino de León, Domingo Acevedo Chavarría, apodado por los periodista como “cara de piedra” para dispararle al doctor Chamorro.

En su libro “Nicaragua traicionada” ni el propio dictador se atrevió a acusar al FSLN del magnicidio. Sin embargo, los enemigos del pueblo, quienes siempre hacen causa común con la misma potencia extranjera que desde la época de William Walker ha ultrajado la dignidad nacional, han creado una fantasiosa novelita atribuyendo la autoría del asesinato del Dr. Chamorro al Frente Sandinista.

Jamás han presentado la mas mínima evidencia creíble que confirme tan peregrina tesis, repetida cada año que se acerca el aniversario de la muerte del mártir, a quien curiosamente la Oligarquía actual no reinvindica como su héroe.

En su libro “Sueños del corazón” doña Violeta Chamorro acusa al FSLN de todos los males habidos y por haber en Nicaragua, menos el de ser los asesinos de su marido.

Doña Violeta fue presidenta de Nicaragua por 6 años, periodo durante el cual tuvo acceso a información privilegiada y pudo también ordenar se reabriera la investigación sobre el caso del Dr. Chamorro, pero no lo hizo.

Ni Anastasio Somoza Debayle, con todo su odio visceral contra el FSLN, ni doña Violeta Chamorro, la principal afectada, se atrevieron a acusar al Frente Sandinista de la autoría intelectual del crimen. Sin embargo, muchos adversarios del Sandinismo, siguen repitiendo los cargos sin aportar prueba alguna mas que su frondosa imaginación y sus cualidades novelísticas en el género de la política ficción.

A 34 años del magnicidio del Mártir de las Libertades Públicas, como lo bautizara el gobierno Sandinista, la Revolución ha inmortalizado su memoria fijando la fecha de su muerte (10 de Enero) como el día del traspaso de poderes en la Democracia inaugurada el 19 de Julio de 1979.

Mientras el legado del Dr. Chamorro permanece en los anales de la patria, el actual diario La Prensa, su república de papel irónicamente vino a ocupar el vacío ideológico dejado por Novedades, el diario de la tiranía somocista, vocero del sistema que combatió hasta la última gota de su sangre.



Fuentes:
Texto tomado del libro "Periodistas que iluminan nuestra historia" publicado por la Alcaldía de Managua y dispuesto para su descarga en: http://www.managua.gob.ni/modulos/documentos/libros_periodistas.pdf

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